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Nuestra historia

En las dos vertientes del tejado de la Caseta de Mollet hay tejas antiguas bien alineadas. Desde el porche de la entrada se contempla la Sierra de Cardó, se pueden contar los agujeros en la pared cárstica de la montaña de la otra orilla y se huele el olor del río tan cercano.

La masía actual está rodeada de albaricoqueros y melocotoneros alineados y armoniosos, cuidados todo el año para cosechar una fruta sabrosa en el mes de mayo. Mingo es campesino y hace su trabajo a gusto. De hecho, ha heredado esta profesión del padre y los abuelos.

Esta dedicación se ha volcado también a mejorar el edificio rústico, a ampliarlo y hacerlo cómodo y bonito. Porque ha sido y es un lugar para hacer encuentros con la familia y con los amigos.

Por otra parte, el entorno del huerto ha cambiado mucho desde la construcción del Eje del Ebro que pasa muy cerca. Antes de los años 90, Mollet era el culo de mundo más remoto. Se llegaba atravesando el río en barca desde el embarcadero de Benifallet hasta el embarcadero donde comienza el camino de tierra, a unos cinco kilómetros río arriba.

En aquella época, el padre de Mingo y los agricultores del vecindario accedían a sus huertos en tractor y el trayecto era lento e incómodo; sobre todo para los pasajeros ocasionales, que viajaban sentados en cajas dentro del remolque.

Durante años, los tractores fueron coetáneos del monocultivo de cítricos: toda la ribera de una y otra parte estaba decorada por mandarinos y naranjos, que no perdían nunca la hoja y adornaban el valle de un verdor perenne. Todo el mundo recuerda con nostalgia el esplendor de aquel tiempo razonablemente próspero para la agricultura. Pero la tierra no está sometida sólo al ciclo de las estaciones; también le afectan los vaivenes de la demanda y, por ello, los cultivos se van adaptando.

De hecho, cuando en los años 50 se vendió toda la finca de Mollet, que era de un solo dueño, sólo habían algarrobos. Los abuelos de Mingo, como otros pequeños productores adquirieron una parcela, arrancaron los árboles antiguos y poco rentables y plantaron melocotoneros y perales.

La primera edificación apenas era un almacén de piedra con una sala para quedarse a dormir. Y el viaje desde el pueblo dependía del ritmo del mulo y del carro de madera que tenían para desplazarse.

Por tanto, la Caseta de Mollet se ha hecho grande en años al tiempo que ha crecido en dimensiones y en prestaciones. Ha acabado siendo un lugar amable y acogedor, que tiene una larga historia que contar.

Una historia aún abierta, en la que también cabéis vosotros.

Ven y compruébalo!

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